lunes, 14 de mayo de 2012

Centrípeto

Pensemos un sueño sin importarnos la utopía. Pensemos en una sensación, en un acto, en un cuento, una casa... y pensemos en sus partes
Vemos en grande porque almacenamos la generalidad. Los detalles se nos escapan desde el mismo momento en el que creemos entender "algo". Una flor no son pétalos, estambres, polen, tallo... es una planta; sólo un componente más del extenso reino vegetal. Una persona, por la misma regla, no es un agregado de sentimientos, ideas e ilusiones, sino un simple cuerpo.
Parece cómodo ver como un todo la suma de sus partes, pues ahorra capacidad mental cognitiva; te ahorras espacio pero desechas sensaciones.

¿Qué he sentido cada vez que le he tomado el pulso a un paciente? ¿Tengo a un paciente taquicárdico, bradicárdico, arrítmico, rítmico, normal...? No. Tengo a una persona VIVA. Tengo entre mis dedos índice y corazón 70, 80, 100, 200, no importa cuántos latidos de un corazón que ha vivido historias y sentido sus pasos.
Podríamos intentar ver las partes de las cosas, las entenderíamos mejor. Se me haría complicado comprender el funcionamiento de un reloj adentrándome en sus engranajes, pero mi esfuerzo me condecoraría con conocimiento y saber, y no con simple opinión. Tic tac. ¿Tic tac? Quiero saber el origen de ese sonido...
Quisiera hacer ver mi forma de vivir la vida. Salgo a la calle y todo son como muñecas rusas, una dentro de la otra en lo que visualmente era una sola... Un árbol puede ser un ser vivo más, pero si cuento los anillos de su tronco, sabré su edad.

Así deberíamos ser nosotros y entre nosotros. Ver a alguien y analizarle ya sea para maravillarte o 
para salir corriendo. No podemos pretender sacar la esencia de una persona en un simple vistazo; eso sí resultaría altamente utópico. Si somos tan fieles a la realidad, apliquémonos el cuento. Cada día es un cuento que contar, un escenario que habitar. Por qué nos quedamos con lo que nos ofrece la vista del prejuicio... si ve menos que un gato de escayola decapitado... No somos conscientes de lo que somos, de eso estoy segura. Quizás esto que escribo y que parece un texto, tan sólo sean cientos de letras. Por lo visto, el todo se ve según se entiendan sus partes; demostración de la necesidad firme de adentrarnos en las fuerzas centrípetas que atraigan nuestra órbita general al punto concreto.



Ir de la parte al todo es relativamente fácil; se trata de juntar las piezas y crear el rompecabezas final. Una serie de pasos que secuencialmente te darán el resultado. Está chupado.
Ahora, dame un dibujo y pídeme que lo corte en 1000 piezas que casen perfectamente entre sí, a ver si lo que sea que debe estar, está tan chupado...
Está claro, es más fácil contar de 1 a 100 que de 100 a 1 (no lo pruebes, que la vida es corta).


Soy joven, pero siempre he pensado (desde que descubrí que pensar era oírme sin haber hablado) que vivir era más que nacer, moverse y morir. Llegar al meollo de esto lo creo imposible en un plazo medianamente vital, así que me conformo con intentar destapar cositas. Lo que sé hasta ahora es que la vida es un juego, que nadie gana y que cercanos a la muerte, sería más fácil hacer el puzzle ese de antes que volver sobre tus pasos...
El juego para mí consiste en descubrir cosas. Cuanto más revelas, más sabes y te entretienes en el camino: a mayor conocimiento, menores riesgos; a mayor distracción, más lejanía a la guadaña.


Una forma divertida y pragmática de entender una vida que ni es cómica ni resulta útil.
Fuera alegorías, seamos más introspectivos. En cada cajita de tu cabeza puede haber miles de ellas más pequeñas, en las que quizás podrías guardar... los pequeños detalles.
Un pétalo, un estambre...


Natalia G. Raimbault ©

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