Nuestra
mente no se complica demasiado la vida a la hora de clasificar lo que procesa.
El azul es un color, el Sol es una estrella y yo soy... yo. Cada concepto en un
"cajón"; así nuestra conciencia pensante se frota las manos orgullosa
mientras ve el trabajo bien hecho.
¿Bien hecho? Vamos a ver... ¿y si le digo a mi mente... que me diga... qué es la nada? Que me la saque de uno de esos cajoncitos; ¿qué cajón será? A cuál recurrirás ahora, querida amiga.
¿Qué es la nada? Todos podemos hacernos una idea abstracta al respecto: es la ausencia de esencia, sustancia, materia, existencia... La nada es un claro ejemplo del principio de identidad; es sólo igual a sí misma.
Dicho así, entenderíamos que explicar la nada tendría que ser mucho más fácil que explicar el "algo", ¿no? Si es así, ¿por qué hay algo y no hay nada?
Antes de que el humo salga de nuestras cabezas a una presión y volumen desconcertantes, pensemos en si realmente, para empezar, se puede hablar de algo que no es; es más, si hay algo, cualquier cosa, que no exista.
Si en algo se han ocupado la mayor proporción de filósofos a lo largo del tiempo, sobre todo los occidentales, es en buscar el sentido de la realidad; un principio común en todas las cosas que las haga partícipes de una misma contingencia.
Los presocráticos, hablaban del "arkhé" para designar un origen común a todo. Pretendían comprender qué sería aquel concepto... Parménides, por ejemplo, empezó a elucubrar sobre la posibilidad de estar jugando con un mundo bifacial, hablando de dos únicos caminos interrelacionados pero independientes: la vía de la verdad, de lo que ES, y la vía de la opinión, o sea, de lo que CREEMOS que es... pero que podría no ser. Desde luego, empezaba a ponerse interesante el asunto, no me digáis que no.
Un discípulo de este hombre, Zenón, llegó a una conclusión muy interesante: acerca del mundo que conocemos, nuestra realidad, sólo podemos tener opinión, porque en el momento que intentamos explicarlo con las leyes de la lógica y/o matemáticas (eso que tan poco me gusta, la verdad), entramos en el frustrante mundo de la paradoja.
Apareció entonces el gran Sócrates hablando ya no de qué era el "ser", sino de cuál era la esencia de las cosas; aquello que hace que una cosa, sea lo que es. Para él, la esencia de las cosas residiría en una “superdefinición” universal, válida para absolutamente todos los objetos de nuestra razón y, además, eterna.
Cuando tales ideas parecían haber llegado a unos límites fuera de la comprensión humana, llega Platón y dice que, en resumidas cuentas, nos dejemos de una vez de tonterías y nos fijemos en ese otro mundo suprasensible contenedor de la verdad, objeto del cual vemos la sombra creando la opinión transfigurada de la verdadera realidad.
¿Bien hecho? Vamos a ver... ¿y si le digo a mi mente... que me diga... qué es la nada? Que me la saque de uno de esos cajoncitos; ¿qué cajón será? A cuál recurrirás ahora, querida amiga.
¿Qué es la nada? Todos podemos hacernos una idea abstracta al respecto: es la ausencia de esencia, sustancia, materia, existencia... La nada es un claro ejemplo del principio de identidad; es sólo igual a sí misma.
Dicho así, entenderíamos que explicar la nada tendría que ser mucho más fácil que explicar el "algo", ¿no? Si es así, ¿por qué hay algo y no hay nada?
Antes de que el humo salga de nuestras cabezas a una presión y volumen desconcertantes, pensemos en si realmente, para empezar, se puede hablar de algo que no es; es más, si hay algo, cualquier cosa, que no exista.
Si en algo se han ocupado la mayor proporción de filósofos a lo largo del tiempo, sobre todo los occidentales, es en buscar el sentido de la realidad; un principio común en todas las cosas que las haga partícipes de una misma contingencia.
Los presocráticos, hablaban del "arkhé" para designar un origen común a todo. Pretendían comprender qué sería aquel concepto... Parménides, por ejemplo, empezó a elucubrar sobre la posibilidad de estar jugando con un mundo bifacial, hablando de dos únicos caminos interrelacionados pero independientes: la vía de la verdad, de lo que ES, y la vía de la opinión, o sea, de lo que CREEMOS que es... pero que podría no ser. Desde luego, empezaba a ponerse interesante el asunto, no me digáis que no.
Un discípulo de este hombre, Zenón, llegó a una conclusión muy interesante: acerca del mundo que conocemos, nuestra realidad, sólo podemos tener opinión, porque en el momento que intentamos explicarlo con las leyes de la lógica y/o matemáticas (eso que tan poco me gusta, la verdad), entramos en el frustrante mundo de la paradoja.
Apareció entonces el gran Sócrates hablando ya no de qué era el "ser", sino de cuál era la esencia de las cosas; aquello que hace que una cosa, sea lo que es. Para él, la esencia de las cosas residiría en una “superdefinición” universal, válida para absolutamente todos los objetos de nuestra razón y, además, eterna.
Cuando tales ideas parecían haber llegado a unos límites fuera de la comprensión humana, llega Platón y dice que, en resumidas cuentas, nos dejemos de una vez de tonterías y nos fijemos en ese otro mundo suprasensible contenedor de la verdad, objeto del cual vemos la sombra creando la opinión transfigurada de la verdadera realidad.
Si por no ver, no crees... ¿en qué crees?
Así podríamos seguir durante mucho tiempo. La filosofía necesita saber cuál es el objeto inamovible que lo mueve todo; y no sólo eso, sino de dónde proviene esa "fuerza oscura" que mueve sin mover...
Echando la vista atrás para intentar entender lo que mirando delante de mí, no comprendo, me asalta una pregunta a partir de la cual, he llegado a una conclusión que ojala fuese sólo paradójica...
¿Existe la no existencia? ¿Existe la nada? ¿Es posible la presencia de la no- esencia?
La nada... ese vacío sin luz, sin tiempo, espacio, lugar, nombre o color... ¿es real?
Muchos dirán que sí, por supuesto, en contraposición al "algo". Y yo ahora os pregunto, ¿acaso podríamos hablar de algo si no fuese real?
En el preciso instante en que cada uno de nosotros intentamos hacer una simple definición de la nada, sin darnos cuenta, nos estamos alejando de aquello que pretendemos describir; cuando hablas de algo, cuando lo piensas, esa "cosa", es REAL.
Por lo tanto, siento mucho deciros que
Aquellas ideas abstractas como la felicidad, la alegría o el odio, son reales a pesar de no ser tangibles. Si creyeses en un vacío (en esa nada), tú mismo te estarías percatando de que ese "hueco" ES, existe, y por lo tanto, si existe, ¿cómo puede ser nada? Es fácil de entender.
Aquel principio o esencia que tanto han anhelado encontrar cientos de filósofos a lo largo de la historia, es una causa común que sea cual sea, hay que buscar en la realidad y no en la ausencia de la misma (ya que... no es posible).
Si una persona con mil problemas, se siente a pesar de ello, por su manera de ser, de actuar, feliz, ¿no lo es? Su estado es real, no un proceso engañador de su mente. Creo que debemos dejar de separar de una vez la mente del cuerpo (lo inmaterial de lo mutable) para darnos cuenta de la relación que hay entre ellas; percatarnos de ese lazo por el que discurren las divagaciones humanas siempre encaminadas a saber, embaladas por la velocidad de la curiosidad sin mirar siquiera las puertas a los lados que nos vamos saltando a pesar de lo significativas que pueden llegar a ser.
La nada es; la nada no existe.
Siempre hay algo. Qué pasa cuando alguien muere, ¿pensáis que ya no es nada? Error. Puede que su cuerpo cierto día no sea más que la sombra gris de una vida convertida en polvo y sin nombre, y que, en cierto momento, nadie se acuerde de él/ella volviendo así a morir, pero... ¿y qué sucede con su energía? La energía no se destruye jamás. Es eterna como sólo la eternidad, con su principio de identidad, puede serlo. Aunque desapareciese nuestra especie,
El problema de la mente humana siempre ha surgido de ese afán por archivar conceptos sin interrelacionarlos entre sí. Si pensamos en "algo", lo hacemos como algo material, que podemos percibir con los sentidos. Pero los sentidos son herramientas de un cuerpo; un cuerpo que es ante todo físico.
Los pensamientos de las personas no son menos reales que sus órganos pensantes.
Mi mente nunca sabrá decirme lo que es la nada porque en ningún cajón del raciocinio espiritual, puede caber la idea del ser y no ser, todo en uno. Si existiese, no podríamos saber nunca de su existencia.
En el agujero de lo real... no cabe
Natalia G. Raimbault ©
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